C’est une affaire de coeur ou une affaire de cul?

Clara era una lindí­sima marioneta. Kelly le quería. Le quería como mu­jer. También otros le querían, como cordera, pero Clara casi no bala­ba cuando le marionetaban. Se dejaba menear, casi silente, sin vida. Aún así, los titiriteros se ex­tasiaban.

La muerte es silencio y Cla­ra se moría para esa gente que le abría como se abre un pecho en las cirugías a pecho abierto. Y como en las cirugías de corazón, el paciente, durante la operación, se muere por unos treinta o cua­renta minutos, gracias a una bien­venida invención argentina. Que Dios les proteja a los argentinos, mejor dicho, que se protejan los argentinos. Kelly no era argenti­no, pero era el único a quien Clara le abría el pecho sin cirugías.

Kelly no creía en dioses, pero ya había llegado a una curio­sa conclusión de que había algo en el aire, en las nubes, donde sea, lo cual hace muchas lunas se empe­zó a llamar de dios. Que llamára­mos ese algo de dios o argentino, no le importaba nada. No sabía dónde estaba ese algo, pero sí es­taba seguro de que existía. Había sido educado católico, pero pron­to en la adolescencia dejó de ir a la iglesia. A partir de ese día, su evolución espiritual pasó por un período que lo llevó de católico a supersticioso. Más tarde esa superstición se sofisticó cuando empezó a mejor entender el mundo. Imaginaba que nosotros éra­mos seres dentro de un cuerpo monumental, mucho más grande que el más grande de los soles que conoce­mos. Y en eso se dio cuenta de que éramos tan peque­ños físicamente como los cuerpos que viven dentro de nuestras propias bacterias. Se dio cuenta de que la línea del infinito iba de lo infinitamente pequeño a lo infini­tamente grande. Y de que uno era tan “grande” como lo “grande” que conseguía imaginarse. Eso de mostrar los tamaños físicos de los planetas y soles, y de lo pequeño que somos al lado o dentro de esos planetas y soles era una tontería de idiotas científicos presuntuosamente humildes (en inglés, humble). El ser humano es grande, su espíritu es inmensurablemente, infinitamente enor­me o pequeño y sigue creciendo con nuestra imagina­ción que puede ser más grande que el universo o que los universos porque seguramente habrá otros. Con tal imaginación es normal que nos sintamos dioses, un sentimiento que no tiene que ser monopolio de nadie.

Antes solía quejarse de los males que le pasaban, pero poco a poco se dio cuenta de que algo le protegía y que esos males eran sus bienes. Esa revelación le ha­cía sonreír ante cualquier obstáculo. Eso le moldeó en una persona a quien algunos querían mucho pero no todos. Algunas chicas le querían mucho, pero algunas. No era raro que lindas flaquitas le invitasen a sentar­se con ellas; querían su presencia. Curiosamente no le querían como novio, sino estar con él. Y eso le iba muy bien porque tampoco les quería a esas chicas, en mu­cha intimidad, como mujeres.

Clara era a quien quería, quien le interesaba.

Kelly había hecho fortuna con robos ilegales. Por ello, muchos le odiaban. Muy experto, a la medida en que se enriquecía, se informaba y se preocupaba de que algún día perdiese su fortuna. Eso le llevó a sofisticar sus robos. Iba cambiando sus contactos, conociendo a otra gente, por esa preocupación de que algún día esos robos pudiesen llevarle a la cárcel. ¡Eso sería una ca­tástrofe! Como ya había ganado una pequeña fortuna, empezó a comprarse asesores que le aconsejasen. Esos asesores, otras versiones de Kelly, rápido le entendie­ron y así se compartían sus dilemas. Eran asesores sa­lidos de las mejores universidades del mundo y, reflejo de sus finos entrenamientos, le explicaban todo a Kelly de manera elegante que sí podría seguir robando, pero habría que hacerlo dentro de la ley. La ley es sagrada.

¡La ley es sagrada! Ese fue el gran salto de Kelly. ¡Y cómo brincó! Iluminado por sus cómplices, su fortu­na aumentaba de manera segura, rodeado de lo mejor que hay en sistemas de protección, en asesoría finan­ciera. Aprendió a donar mucha plata, para mejorar su imagen pública, a participar de obras de caridad, todas excelentes inversiones que los grandes jueces, federa­les o no, admiran y protegen, especialmente cuando esos jueces también reciben donaciones. Après tout, los jueces también son obras de caridad. Para Kelly, esas nuevas actividades, después de algún tiempo, re­sultaron en rutinas. Ni se daba cuenta.

Pero sí, seguía dándose cuenta de Clara. De ella sentía falta. Por ella se enriquecía.

“Il faut faire le bien pour mieux faire le mal”, le dijo elegantemente uno de sus asesores. Kelly no le en­tendió muy bien, pero qué importaba. Era rico. Eso sí que era.

El corazón humano no está en una posición ver­tical, como se suele representarlo. En realidad, está en diagonal, dentro del pecho, un tanto tordu, dirían los asesores de Kelly.

—Sentimientos, no los tengo. Sí, sí, tengo algunos pocos sentimientos, pero son para Clara, mi diosa, mi musa, mi reina, mi puta. Sí, es prostituta profesional. Pero me da igual lo que sea. Cuando le quiero, de ella me apo­dero.

Kelly cargaba en el pecho un corazón retorcido anatómica y emocionalmente. Su mala fama entre los que le conocían de las épocas de robos ilegales, le pre­mió con el poco cariñoso apodo de Aquelhijoeputa. Así le señalaban o a él se referían cuando le veían. Con el tiempo y como suele pasar con las lenguas, Aquelhi­joeputa se convirtió en Aquelijo y luego Queli. De ahí hacia Kelly, faltó poco para sofisticarse.

Era un ser humano con todo lo que llevan los hu­manos, especialmente la contradicción. Le encantaba Clara, pero también le odiaba a la luz del día. Le placía estar con Clara en la oscuridad, en la noche cuando a él no se le veía la cara, ni con quienes andaba. En la noche, era cuando salía con Clara, era cuando le odiaba y comía. Era una linda mujer. Ya le había pasado por la cabeza la posibilidad de sacarle de esa vida para que vi­viese con él. Le atormentaba pensar en cómo se desfi­guraría Clara más tarde, con los pechos caídos, orejitas de perro, vencidos por la gravedad… Y graves serían los odores de vieja por más disfrazados que intentase eliminarlos.

Tal como el corazón, Kelly tenía una inclinación. Era inclinado a actos sorprendentes, contradictorios, humanos, bestiales. De todas las formas, no le gustaba la vejez. La vejez debería ser el principio y no el fin. Todo está al contrario. Deberíamos primero nacer vie­jos, bien viejitos. Deberíamos nacer a los 125 años de edad. Y a partir de esa edad, iríamos bajando en los años hasta hacernos jóvenes, niños, y con los cuidados maternos y paternos, volveríamos a los vientres ma­ternos, dulcemente. Pero todo salió al contrario. Tal vez haya una vida complementaria a ésta en que es­tamos, en algún otro lado del universo, una especie de espejo de lo contrario de lo que somos.

Yo por ejemplo, ¿quién soy? El narrador o Kelly?

… Era yo, a veces Iván, a veces Víctor, otras ve­ces yo, otras veces Bertoldo, Bertoldino, pero siempre Clara… E íbamos todos, todos allá estábamos mientras estuviese Clara. Éramos todos, uno por uno, a la vez, varias veces, embrujados, piernas rotas, atracones de orgasmo, jubilosos. Ah, ¡buenos tiempos! Ella era clara, paciente, que era, era la hermana, amante, madre, todo era… era, para mí, mi madre, mi bestia, y dios la hizo p’a que así fuese y en manos de dios, sólo había Clara. Claro se hacía todo, en mi vida, en mis quince, dieci­séis, otros años de edad. En la ciudad, en lo urbano, en la edad dentro de los espíritus oscilantes, imágenes, no puedo pensarlo claro, hay que ajustarse, esta llovizna del tiempo, la interferencia de los años … ¿!Qué impor­ta!? ¡Coños! Los recuerdos no son hechos. Los hechos son tozudos que sobreviven las lloviznas, los senti­mientos. En mi espíritu no hay llovizna.

… Clara era Meme para los conductores de camio­nes, Lene para otros, hottie para algunos, y para mí Clara, su verdadero nombre. Así íbamos a visitarla, en la oscuridad de los sábados. Clara, mi bestia por muchos años. De ahí volvíamos felices, orgullosos de las posi­bles gonorreas, la mayor prueba.

¿Qué me pasa para hablar de esa forma? Mis sentimientos me salen desordenados, crudos. Se me escaparon. No sé qué dije… Normalmente, soy más matemático, más inteligente, soy por los hechos. Es­toy muy bien con la vida. Mi playa, los domingos, la disfruto religiosamente. A quién no le gusta un paseo descalzo por la arena de la playa, un soplo de vida de los vientos, los momentos de meditación que las olas y otros clichés nos traen? Puede que no lo parezca, pero estoy en paz con la vida. ¡Olvídate eso de tener mala conciencia! Los hechos son hechos, duros, tercos. Esos temas de sentimentalidad no me enredan. Ahora mis­mo, paseando por la orilla del mar noto que Clara tam­bién vino a la playa. Por el rabillo del ojo noto que me llama y me pregunta cómo estoy. Mis amigos no le conocen y me preguntan si le vi a la chica que me lla­mó por Julián. Finjo que no le había notado. No le doy atención. Soy Kelly. Afortunadamente no insiste. ¿Cómo es posible eso? Tal mujer por acá… Si fuera auto­ridad, no lo permitiría. No pasa de una puta.

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I'm Brazilian, and I have been teaching Hispanic Linguistics at the University of Kansas, Lawrence, USA, since 1989. I enjoy writing prose, poetry and crônicas, in addition to my research work. I plan to place my creative works or other types of work here every once in a while. Some of my academic production are free for downloading. If interested, visit KU ScholarWorks at http://kuscholarworks.ku.edu/dspace/browse?type=author&value=Sim%C3%B5es%2C+Antonio+Roberto+Monteiro. For my detailed biography and cv, see this page: http://www2.ku.edu/~spanport/people/faculty/armsimoes.shtml.
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